miércoles, 4 de agosto de 2010

Desde los ojos de una mujer


Miércoles 19 de junio de 1974.

Tirada en su cama, una adolescente extremadamente delgada, de buena ortografía y sintaxis de la patada escribe:

Espero que este día lo pases muy contento, o lo estés pasando. Me gustaría estar contigo para decirte lo mucho que te quiero, aunque eso no se puede. Ten la seguridad (de) que estoy contigo. Creo que no es necesario de regalos ni de palabras de felicitación, porque con decirte que te quiero creo que es el regalo más padre, ¿no?

Al principio, me sentía indecisa; pero ahora tengo la seguridad (de) que eres lo máximo para mí. Y espero que no lo tomes como hipocresía porque es la verdad, aunque no lo creas, porque yo soy de las personas que aunque no te lo demuestre lo siento, y con eso me basta para estar segura de lo que siento. Y siento que te quiero. Y mucho. Y que me gustas mucho. Creo que con estas palabras debes estar seguro que en verdad te quiero. Y si no lo estás, ya te convencerás.

Yo no necesito de regalos. Me basta con que me demuestres que me quieres, y ése es el mejor regalo que me puedes hacer. Y creo que tú también quieres eso. Por eso, tu regalo es mi amor. ¿Lo entendiste? Muchas felicidades. Te adoro.

Martes 7 de mayo de 1974.

En casa de su abuela, la misma niña escribe otra carta:

Enrique, no sé, pero creo que te me has metido en la cabeza y en el corazón. Creo que te he empezado a querer mucho. Espero que tú también. Si algún día entre tú y yo no hubiera nada más que amistad, te pido que no nos guardes rencor. Pero creo que nunca va a pasar, ¿verdad?
Oye, Enrique, ¿me quieres? ¿Crees que te convengo? Espero que estas preguntas me las contestes, porque quiero saber a qué atenerme. Pero yo sé que me vas a contestar positivamente, porque yo creo que tú me quieres, ¿o no?


Enrique, no te voy a poder ver en uno o dos semanas, porque mi mamá nos castigó a las tres. Yo también tengo muchas ganas de verte, pero no desesperes. Te quiero.

Dos semanas después, el martes 21 de mayo, la colegiala escribe una tercera carta a renglón seguido. Esta vez, la ortografía tiene sus grietas (corregiremos la escritura de la escuincla, para beneficio de los lectores, quienes se encuentran a 36 años de distancia de los hechos que motivaron las palabras de la enamorada):

¡Oye! ¿Qué te pasa? ¿Qué traes contra mí? Me he dado cuenta que no te importo, que no me haces caso; ya no me ves. Dime si ya no te intereso, pero no me tengas así. La semana que estuve en casa de mi abuelita te vi nada más el martes… y un rato. El miércoles y el viernes no tuve clases, y no fuiste. Ya sé que no te gusta ir a casa de Fernando, pero tú no vas a ver a Fernando ni mucho menos a su mamá, sino (que) me vas a ver a mí (bueno, eso creo). Y cuando vas te enojas de todo. Todo te molesta. ¿O no? Si ya no quieres andar conmigo, dímelo. No creo que no puedas decírmelo. Pero no me tengas así. A veces me dan ganas de verte, de estar contigo… y tú tan feliz. Y cuando vas, me andas contentando y me dices que soy muy rara. ¿Pues cómo quieres que sea? Creo que le importo más a Aldo que a ti. Te repito, si no me quieres, o si quieres andar con otra muchacha, dímelo… y aquí termina todo. Tu novia.

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